La espera ponía de buen humor a mamá. No era una espera
pasiva o una espera de alguien que está llegando tarde, no me refiero a
eso. Mientras aguardaba a la visita,
mamá preparaba esa receta heredada de una increíble torta, aprestaba cucharitas
de uso muy restringido, platitos chicos y, esa linda tetera.
Tía Porota nos ponía contenta a todas, siempre de buen humor, siempre trayendo algún
regalito para mi hermana, y para mí. Las visitas no son comunes en el campo, en
donde vivía, y ninguna merienda era tan esperada como la de los esos días
porque lo normal era mate cocido en jarras de lata y no en tetera de porcelana.
Aprendí a cocinar viendo y asistiendo a mi mamá, asistiendo
como solo lo puede hacer una niña de seis años, jugando. Las comidas eran por demás sencillas, tan
sencillas como la vajilla cotidiana: toda de lata. No tenían mayores
pretensiones los comensales, hombres hambrientos que tras levantarse para el
ordeñe a las cuatro de la mañana, habían trabajado duro y no era cuestión de
hacerlos esperar.
Viviendo ya en Ezeiza y con familia propia, también tenía
que satisfacer el apetito de todos en tiempos distintos; mi casa parecía la
Pensión del Buen Comer, todos con horarios diferentes, apurados, y hambrientos.
Sólo podía agasajarlos en los cumpleaños, preparándoles tortas y chocolates, y se
volvieron muy asistidos; sospecho que era porque la Nelly, yo, hacía cosas
ricas. Y me envalentone.
A medida que todos crecíamos mi sentido del tiempo cambió,
no así mi necesidad de agasajarlos. Aprendí a tomarme el tiempo necesario para
cocinarles lo que quería, aprendí a aprender cómo cocinar exquisito y variado.
A medida que crecía, uno no envejece mientras aprende, nuevos amigos me enseñaron, por ejemplo, que
el maíz no sólo remitía a polenta. Que también eran nachos mexicanos o arepas
colombianas; que los había de colores rojos, blancos, o casi negros. Supe que
el chocolate no era la cascarilla de mi niñez, que era algo deliciosamente
mágico y que había mil maneras de usarlos. Que el té podía tener infinitos
aromas, colores y sabores, y que lo importante no era la tetera de ocasiones
especiales, lo importante era qué representaba esa tetera, eso de poner
nuestros lujos para hacer sentir especial a quien lo es. Que lo importante no
era una buena receta, que lo importante
era haber mantenido viva esa receta que una abuela vieja le había enseñado a mi
mamá, como yo se la enseñé a mis hijas.
Lo importante es agasajar a quienes queremos poniendo
nuestro amor en ello.
Nelly Esther Fiasque
maravilloso, gran filosofía de vida es el tiempo que tenemos en la vida y no el tiempo que la vida es. Aunque siempre queda una tetera mas por llenar para saborear la vida.
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