domingo, 1 de diciembre de 2024

El Patio de las Glicinas

  El día me rodea de nuevo, el sol de agosto cae sobre mi camino hacia el patio de las glicinas perceptibles a la distancia. Me gratifica el hecho de sentir su perfume y saber que están allí. Son importante para mi hoy, y lo serán mañana. Quizás carecerán de palabras y se convertirán en imágenes que rondan mi alma, no lo se. Lo dejaré para cuando llegue el momento. Hoy están aquí.
  Sentada en uno de los tres canteros; en el del medio, que es el que más me gusta, puedo ver colgar los racimos. Es el único cielo de color lila azulado que allí hay, en ese pequeño universo. Me dejo invadir sin restricciones, sin reproches ya que no hay de qué, gratifica mis sentidos.


  El día me rodea de nuevo, y corro hacia el patio. Las últimas gotas de rocío se evaporan despaciosamente cuando el sol de agosto cae sobre ellas. Silenciosamente el ritual comienza sin agonía, los rayitos del sol se deslizan hasta la última florcita del racimo de glicina, donde el color se ha convertido en la mejor fragancia volcada a la brisa. Y no importa, por que mañana nacerán de nuevo. Me gratifica el hecho de poder verlas en ese pequeño universo de color lila azulado y me dejo invadir, sin restricciones, carentes de palabras pero convertidos en imágenes presentes.
  Los rayos de luz del sol, hilos que se enlazan entre las hojas, juegan al escondite y los veo asomarse aquí y allá. Son perceptibles a la distancia, danzan entre una y otra glicina. Mis glicinas, perfecta creación de la naturaleza.
  Si quisiera podría estar viéndolas todo el día pero prefiero las mañanas, cuando nace el día, sin impurezas, cuando las horas se desperezan lentas para que el rocío comience la danza de morir y nacer cada día sobre el patio de glicinas, para que yo goce de la creación de la vida, una y otra vez.

Por: Nelly Esther Fiasque.

Nota del editor: Páginas tomadas de los borradores que dejara inconclusos, pero que merecen ser compartidos.




 





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jueves, 28 de noviembre de 2024

El "click"

  Trae la brisa, el perfume de las glicinas que acuna el sueño en la semi oscuridad de la pieza. La cortina de seda blanca se deja mecer y mansamente danza. La noche se saco el manto para que la luna se mire coqueteando en el agua, que la fuente del patio le ha ofrecido. Ya todos, despaciosamente, se entregan al sueño que callado y sereno, nos transporta al mundo mágico de lo bello y lo trágico, de la risa plena, de la lastimera lágrima. 
 
  Soñar con qué, no sabemos, eso es un misterio que el alma se niega a develar; es el mundo en el que a veces quisiéramos abandonar y otras, aferrarnos para nunca despertar. Cuántas veces al cerrar los ojos deseamos que el sueño nos transporte en ese viaje, donde todo es casi perfecto. Donde parecemos de gestos y actitudes verdaderas, y somos capaces de sentir el viento, el perfume, tocar el amor con la yema de los dedos y cuando casi nos aferramos, el "click"
  El "click" nos devuelve en un instante a otra realidad, la más cercana, la que llevamos en la piel, la que se hizo carne; aquella que el espejo nos refleja. Pura realidad.
  Soñar, despertar, da igual. No existe una sin la otra, y aunque no sepamos el instante, el soñar vendrá; la tragedia y el temor se desvanecerán como humo en el viento en cuanto el "click", corra el velo de la verdad y lo irreal.

Por: Nelly Esther Fiasque



miércoles, 6 de noviembre de 2024

Catalina

  Una tarde de otoño te pensé, forje tu alma, tu espíritu amolde, y como lo hace el artesano que despaciosamente pule la figura, te di forma y nombre. Te doté  de personalidad como no hay otra igual. Te di un tiempo, un espacio y un lugar. Eres mi creación perfecta, nacistes del susurro lento entre la mente y el latido del corazón.
  Recuerdo la tormenta, la puerta del granero azotada despiadadamente por el viento. Tu parada mirando con el candelero en la mano a través de la ventana. Encerrada en la habitación, recuerdo las glicinas destrozadas rodar en el piso de ladrillos del patio; recuerdo el molino, el jardín, el Padre Nuestro que tu boca temerosa repetía sin cesar pero, no puedo recordarte toda, solo pequeños fragmentos vienen a mi.
  Te he perdido, y mi mente me castiga con el olvido; no puedo construirte de nuevo, el susurro no es el mismo, tu imagen se ha borrado tal como se apagan los colores en una foto vieja.
  Te busco pero, no estas. Me obligo a pensarte una vez más, pero no es lo mismo, es otra Catalina que no quiero. Yo busco a la creadora, la que inspiro a la musa que dormía. Yo busco la que se vistió de negro y juntó las calas chamuscadas, aquella que embarró los pies camino al cementerio. Yo busco la que nació del susurro lento entre la mente y el corazón.
  Te busco en la rueda del molino, en el vestido a lunares, en la claridad del día, en el tenebroso aullido de la noche.
  Yo busco a Catalina, a la que el verbo se negó en su boca porque no era poesía. Su destino apaciento su alma y la hizo frágil, quebrantó su voluntad y la hizo tierna.
  Yo quiero a Catalina, la que despertó a la musa que dormía. Aquella del amor tardío, que la sorprendió una tarde, bajo el jazmín de la plaza.
  Onorio, que suele caminar por allí, la vio sentada a solas con su pensamiento.

Por: Nelly Esther Fiasque.

miércoles, 16 de octubre de 2024

Inmanencia

   La mañana me sorprendió mirando a través de la ventana, las parvadas insinúan sus figuras allá a lo lejos. Sus barrigas esconden las batatas y papas cosechadas en abril; sus pequeños respiraderos dejan entrar la luz y la brisa que las mantienen frescas y sanas. El olor a mate cocido, casi listo, me trae de regreso, y el bullicio de todos en la cocina demandándome atención, me alejan de mis pensamientos.
  Me gustan las mañanas frescas porque el rocío me trae el perfume de las flores silvestres y de los árboles de eucaliptus que acompañan el camino, o el agua del estanque del molino que, con su verdín, deja en el aire un toque a recién llovido. El zorzal canta, quizás buscando a su amada que no esta.
  De repente siento miedo, no quiero juntar los mundos. El de adentro, porque es cálido, protector, tibio; me permite ver y soñar a través de la ventana. El de afuera, me invade de una libertad sin medida, por adentro y por afuera de mi ser se regocija, se llama a silencio, se mimetiza en la naturaleza. 
 

El sol salió, junto los mundos, hizo una nueva creación; otros personajes en un tiempo diferente en el mismo espacio. Las materias se juntan, se separan pero, todas llevan un poco de la esencia primera. Tengo que esperar el nuevo día, no quiero renunciar a las mañanas porque, aunque las cosas sean las mismas, el pensamiento es diferente.
  Como el humo huye del viento que lo atrapa y los deshace en mil pedazos, así mi alma se niega a olvidar, a dejar de imaginar, de sentir esa libertad que penetra en los poros y te eleva en el tiempo sin final.
  La vida es un sendero que no piso, es el alma que se ha llenado de ramos alimentándose con la esencia de cada cosa, lo que llamamos experiencia no tangible.

Por: Nelly Esther Fiasque

martes, 3 de mayo de 2022

Vivir contigo
















Despertar en la mañana
y ver la casa
pintada de alegría,
de amorosos pájaros
que trinos exhalan.
Fue en un instante
¿En cuál? No se,
pero no importa,
si los he juntado a todos.
Me trasfigura el tiempo
y el pensamiento es locura.
No pidas a mis brazos
que a los tuyos tienen presos,
la tregua vana.
En mi locura no hay ayer,
ni hoy ni mañana.
Ponte lo que quieras, nada.
pero déjame gozar de nuestro sexo,
néctar  de azarosa miel.
Del beso ardiente que desgrana
en un lento ardor.
Tu amor y el mío,
del frío y el calor de la mañana.


Por:Nelly Esther Fiasque

martes, 26 de abril de 2022

Cartas a Juan

Querido Juan: 

Te comento que aquí las cosas son un poco triste si tu no estas. Ha llegado el otoño, tu tan querido otoño; las hojas invaden las casas, los patios se cubren de amarillo ocre y la vieja fuente, que en primavera resguarda a los bellos pájaros que vienen a beber agua, también se ha tornado oscura. Los árboles se mecen solo con sus ramas despojadas de todo, porque nada les queda más que su esqueleto.


El barro ha cubierto la calle, y un masacote de agua y pasto seco se apoderó del paisaje,... extraño las siestas tan bellas y tibias, tus manos, tu piel, tu aliento insinuante.

¿Volverás pronto? Quizás vuelva contigo la magia, y mi prado reverdezca en otoño. 

Te diré que ha vuelto María, la del viejo chalet de la colina, cansada de andar regresó para que sus huesos pulidos por el tiempo, encuentren descanso en lo que fuera en otros tiempos su niñez y adolescencia. Ha tomado el té aquí; sus manos temblorosas casi no permitían sostener el pocillo. Por un momento pensé: ¡Hay mi dios! No vaya a morir aquí. Tú sabes lo asustadiza que soy.

Hay Juan, mi querido Juan. Apúrate, que estoy envejeciendo velozmente.


Nelly Esther Fiasque

domingo, 14 de septiembre de 2014

La autora de estas narraciones ha partido y ya finalmente descansa.
En su memoria, rescataré y publicare sus últimas creaciones literarias antes de cerrar el blog
A todos aquellos que me han acompañado, ya virtualmente, ya en el trato personal, les quedo sumamente agradecido por su calidez tan generosa.

Juan Carlos Ramirez

Editor

domingo, 2 de septiembre de 2012

El Tobiano

Aprendemos desde niños que el raciocinio es lo que nos hace diferentes de las plantas, y de los animales. Pero yo tuve la osadía de dudar y descubrí, contado ocho años, que alguien se había equivocado en tal expresión.
Una mañana de enero caminaba yo como lo hacen todos los niños, distrayéndome con total libertad por cualquier cosa que despertara asombro: montones de mariposas blancas posadas en charquitos con barro que resistían al sol; alguna rana que croaba escondida entre los yuyos; una varita que recogida del suelo servía para revolearla en el aire acompañando el paso, o para dirigir la orquesta, ya que yo silbaba mientras cruzaba el campito hacia el almacén de Marrone. Para allí caminaba yo por encargo de mi madre, cuando a mitad del campo escuche el temido relincho y un sudor helado recorrió mi cuerpo.
El Tobiano estaba suelto y mi libertad, se esfumo. Con el último aliento profundo y antes de lanzarme a la corrida, lentamente levante los ojos y lo vi mirarme, a lo lejos, parado en sus cuatro patas, cabeza erguida. Al Tobiano no le gustaba la gente, nos miraba fijo con sus ojos bien redondos y negros, desafiante y bien ganada fama de devastador.  Una vez que se desataba era un tsunami que arrasaba con cálculo propio de un mañero, y cuando nos alcanzaba nos mordía. Había marcado su lugar y lo defendía a muerte o mejor dicho, a mordiscones. De ahí saque yo que el desgraciado pensaba, sabía muy bien lo que hacía; llegó a parecerme que a veces, mostraba sus dientes como sonriendo.
 Ahí nomás emprendimos la partida. No hacía falta que me diera vuelta para mirarlo porque sentía por el retumbar de su galope, que se me acercaba. Corrí lo más que mis pies me permitían pero pronto empecé a quedarme sin aliento y el zanjón salvador, aún parecía distante. Tenía que esforzarme para no quedar presa de su furia que parecía incontrolable. Con mi último aliento alcance a escabullirme cruzando el zanjón, el límite para sus tropelías.
Desde la seguridad de estar fuera de su terreno, me quede parada mientras el alma me volvía al cuerpo. Él no se sentía vencido, ni yo triunfante, ambos sabíamos que la partida no había terminado. Él relinchó mirándome fijo, y se alejó. Podría jurar que con su trotecito acompasado, cadencioso, me decía que había disfrutado el momento.
Ha pasado tiempo y he comprendido cosas, pero aún sostengo que el Tobiano pensaba, pero no es temor el que hoy siento. Hoy las mariposas se han ido, ya no levanto varitas del suelo, el croar de las ranas quedó lejos, y en donde vivo, ya no hay campitos que cruzar. Pero aún sigo silbando y de cuando en cuando, el Tobiano regresa a mí para seguir la partida, y divertirnos un poco, como cuando era niña.

Por: Nelly Esther Fiasque.

lunes, 16 de julio de 2012

Historias barriales

Entre las vías del ferrocarril Mitre y la calle España estaba el Monte de las Higueras, como lo llamábamos quienes vivíamos en aquel barrio conformados por apenas cuatro manzanas. Allí, todas las historias entraban y salían de las casas sin que ningún chisme quedara afuera. Todo se sabía, y aprendí aquello de que las palabras vuelan. Es de notar que eran vecinas muy afectuosas, ya que se visitaban todos los días; aclaro, por si acaso, que no había teléfonos.
Una mañana de tantas, una noticia corrió como reguero de pólvora y se derramó como la leche hervida: la Mari estaba de novia. La niña era solterona, así que no era cuestión de andar revolviendo la bolsa para buscar la bolilla que le faltaba, como si fuera una lotería. Él, que era alto, morochón, y malhumorado gruñon, pronto cometió el pecado de no saludar a las chismosas. A mí no me parecía algo tan terrible. Todos alguna vez nos levantamos y decimos: “¡Hoy no quiero ni que me miren!” La cuestión era que el Perro Negro había llegado al barrio; el apodo del novio de la Mari, no tardó en salir desde mi vecindad.
Ya se organizaron los turnos; a Josefa le tocaba averiguar a qué hora entraba, qué hacían, si estaba todo el tiempo adentro o si salían al patio. Ramona, la de enfrente, habría de saber si el novio se quedaba a dormir, esto es, saber si la novia todavía se conservaba casta y pura. Yo escuchaba como cualquier niña, en cualquier tiempo, en silencio; las palabras eran para los mayores, y guay con que acotaras algo. Se supone que los niños no entienden nada, aunque en realidad siempre saben todo.
Durante mucho tiempo el alimento abundó en el barrio; las vecinas estaban henchidas, tanto, que por una semana no salieron ni a la vereda, salvo que estuvieran de guardia. Pero el Perro Negro no era el único sustento de aquellas mujeres, gordas de deseos adormecidos. También seguían la historia del hijo del querosenero, el Obeso, a quien el Rengo Manuel, el de la esquina, lo había apodado el Equino, o sea, el Gordo dientudo. Su nombre era Abel, mayor que yo pero que aún así, ello no impedía que disfrutáramos por las tardes, jugando una partidita de payanas en donde no había ganador. Sólo compartíamos por un rato, el tiempo de crecer juntos.    
Todos poseemos una biografía, pensada por historiadoras surgidas desde el aburrimiento pueblerino. Hoy, ya grande, me preguntó cuál hubiese sido la mía. Qué aporte fáctico meloso hubiera protagonizado para que las chismosas tejieran como las arañas, la trampa fatal para la reputación de sus víctimas. No puedo dejar de pensar si al irme del barrio, me perdí conocer sobre mi historia, o me salvé de ella.

Por: Nelly Esther Fiasque

sábado, 16 de junio de 2012

La tetera, los invitados, y yo.


La espera ponía de buen humor a mamá. No era una espera pasiva o una espera de alguien que está llegando tarde, no me refiero a eso.  Mientras aguardaba a la visita, mamá preparaba esa receta heredada de una increíble torta, aprestaba cucharitas de uso muy restringido, platitos chicos y, esa linda tetera.
Tía Porota nos ponía contenta a todas, siempre  de buen humor, siempre trayendo algún regalito para mi hermana, y para mí. Las visitas no son comunes en el campo, en donde vivía, y ninguna merienda era tan esperada como la de los esos días porque lo normal era mate cocido en jarras de lata y no en tetera de porcelana.
Aprendí a cocinar viendo y asistiendo a mi mamá, asistiendo como solo lo puede hacer una niña de seis años, jugando.  Las comidas eran por demás sencillas, tan sencillas como la vajilla cotidiana: toda de lata. No tenían mayores pretensiones los comensales, hombres hambrientos que tras levantarse para el ordeñe a las cuatro de la mañana, habían trabajado duro y no era cuestión de hacerlos esperar.
Viviendo ya en Ezeiza y con familia propia, también tenía que satisfacer el apetito de todos en tiempos distintos; mi casa parecía la Pensión del Buen Comer, todos con horarios diferentes, apurados, y hambrientos. Sólo podía agasajarlos en los cumpleaños, preparándoles tortas y chocolates, y se volvieron muy asistidos; sospecho que era porque la Nelly, yo, hacía cosas ricas. Y me envalentone.
A medida que todos crecíamos mi sentido del tiempo cambió, no así mi necesidad de agasajarlos. Aprendí a tomarme el tiempo necesario para cocinarles lo que quería, aprendí a aprender cómo cocinar exquisito y variado. A medida que crecía, uno no envejece mientras aprende,  nuevos amigos me enseñaron, por ejemplo, que el maíz no sólo remitía a polenta. Que también eran nachos mexicanos o arepas colombianas; que los había de colores rojos, blancos, o casi negros. Supe que el chocolate no era la cascarilla de mi niñez, que era algo deliciosamente mágico y que había mil maneras de usarlos. Que el té podía tener infinitos aromas, colores y sabores, y que lo importante no era la tetera de ocasiones especiales, lo importante era qué representaba esa tetera, eso de poner nuestros lujos para hacer sentir especial a quien lo es. Que lo importante no era  una buena receta, que lo importante era haber mantenido viva esa receta que una abuela vieja le había enseñado a mi mamá, como yo se la enseñé a mis hijas.
Lo importante es agasajar a quienes queremos poniendo nuestro amor en ello.

Nelly  Esther Fiasque