miércoles, 16 de octubre de 2024

Inmanencia

   La mañana me sorprendió mirando a través de la ventana, las parvadas insinúan sus figuras allá a lo lejos. Sus barrigas esconden las batatas y papas cosechadas en abril; sus pequeños respiraderos dejan entrar la luz y la brisa que las mantienen frescas y sanas. El olor a mate cocido, casi listo, me trae de regreso, y el bullicio de todos en la cocina demandándome atención, me alejan de mis pensamientos.
  Me gustan las mañanas frescas porque el rocío me trae el perfume de las flores silvestres y de los árboles de eucaliptus que acompañan el camino, o el agua del estanque del molino que, con su verdín, deja en el aire un toque a recién llovido. El zorzal canta, quizás buscando a su amada que no esta.
  De repente siento miedo, no quiero juntar los mundos. El de adentro, porque es cálido, protector, tibio; me permite ver y soñar a través de la ventana. El de afuera, me invade de una libertad sin medida, por adentro y por afuera de mi ser se regocija, se llama a silencio, se mimetiza en la naturaleza. 
 

El sol salió, junto los mundos, hizo una nueva creación; otros personajes en un tiempo diferente en el mismo espacio. Las materias se juntan, se separan pero, todas llevan un poco de la esencia primera. Tengo que esperar el nuevo día, no quiero renunciar a las mañanas porque, aunque las cosas sean las mismas, el pensamiento es diferente.
  Como el humo huye del viento que lo atrapa y los deshace en mil pedazos, así mi alma se niega a olvidar, a dejar de imaginar, de sentir esa libertad que penetra en los poros y te eleva en el tiempo sin final.
  La vida es un sendero que no piso, es el alma que se ha llenado de ramos alimentándose con la esencia de cada cosa, lo que llamamos experiencia no tangible.

Por: Nelly Esther Fiasque

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